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En 1980 el productor, guionista, director y actor Mel Brooks contrató a David Lynch para que realizara "El hombre elefante", la adaptación a la pantalla de la verdadera historia de Joseph Merrick (1862-1890) que se hizo famoso debido a las terribles malformaciones que padeció desde muy pequeño.
En esta gran obra, el desprecio al diferente se hace presente. En la ciudad de Londres, a fines del siglo 19, en una atracción de kermese, el doctor Frederick Treves (Anthony Hopkins) descubre la presencia del llamado hombre elefante, una criatura extraña y deforme que es presentada por el pérfido que hace dinero con él, además de maltratarlo como a un animal salvaje. Prisionero de un espectáculo ambulante, el hombre elefante no es ni más ni menos que eso: un hombre, como cualquier otro que, antes de nacer, en la panza de su madre, sufrió indirectamente los ataques propinados por un elefante, deformando su cabeza, su rostro, su cuerpo, sus extremidades.
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El hombre elefante es internado en una clínica y es allí donde, gracias al incentivo del doctor, el extraño individuo comienza a manifestar actitudes de un ser común y corriente, con posibilidad de comunicarse como todo humano, de poder hablar, de leer, de sentir. La falta de estímulo sufrida a lo largo de los años había obstruido su contacto con la sociedad. Con el paso del tiempo, la clase de los nobles comienza a interesarse por el nuevo protegido del doctor y, de a poco, el segregado hombre se convierte en una personalidad digna de ser frecuentada, ya no como atracción de feria sino como una personalidad de la sociedad y la cultura.
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Hasta la gran estrella del teatro, la Srta. Kendall (la precisa Anne Bancroft) lo visita y comparte con él momentos de charla, generando una de las escenas más encantadoras y poéticas que el filme presenta, en donde ambos recitan a dúo un pasaje del “Romeo y Julieta” de Shakespeare, manifestando la conmovedora emoción e incuestionable proximidad entre dos seres sensibles que pueden compartir cosas en común. Como síntesis de lo noble de la tolerancia y la condescendencia humana es el momento perfecto del filme que Lynch nos regala, sin ánimos de dar cátedra (o sí) sobre lo cerca que puede estar el ser humano de acoger al diferente.
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Rodada en un refinado blanco & negro y acertadamente ambientada en una Londres victoriana, esta historia verídica cobra carácter de obra maestra cinematográfica, esencial para todo el que quiera acercarse a un Lynch más “comercial” o lineal y, además, para sensibilizarse ante una historia de redención humana frente al terrible pecado de la discriminación que, cotidianamente, el hombre inflige sobre el diferente.
2 comentarios:
Si con esta peli me amigué con Lynch jajaja.
Genial película, con muchos momentos memorables, el que cita es tremendo. La humanidad e inhumanidad que derrama están muy bien retratadas.
Saludos :)
Uy, entonces venías enemistada.. No me quiero imaginar con cuál! jejej A mí me falta su ópera prima :(
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