El pueblo norteamericano se encuentra en una situación difícil desde hace algunos años, donde la pobreza ocupa mayor espacio en el terreno social y geográfico. Una niña y su padre viven en una fracción de tierra rodeada por el mar que en cualquier momento puede inundarse y desaparecer, un lugar al que ellos llaman "bañadera".
Él, enfermo, intenta enseñarle a la pequeña cómo sobrevivir en el mundo ultra precario al que pertenecen, una zona marginal más allá de cualquier civilización, donde las necesidades primarias son las únicas que existen. Ella, bautizada como “Hushpuppy”, adopta cada una de sus palabras para crecer de forma independiente, anhelando constantemente a una madre que tal vez murió, o se fue... no se explicita.
Criada casi como un varón, la pequeña y su padre coexisten en una selva de mugre, proveyéndose la comida de cada día como pueden.
"La niña del sur salvaje", con grandes avales de crítica y público en reconocidos festivales como el de Sundance o San Sebastián, sobresale por su originalidad, pero comete el “pecado” de hacer hablar en off a la niña protagonista, apoyándose demasiado en su relato, que acompaña las espeluznantes imágenes de la vida en ese marginal espacio. El problema no sería mayúsculo si no fuese por otro motivo adicional: la pequeña declama ciertas descripciones y reflexiones que parecen más salidas de la boca del guionista que de ella misma. El cine suele incurrir en estas torpezas de hacer hablar a los niños como si fuesen adultos; no está mal hacerlo en una disparatada comedia, pero en este caso se ha abusado en cantidad y en calidad, o sea: mucho (en cantidad) e inverosímil (en calidad).
Al margen de ello, la naturalidad que se respira en todo momento es uno de los enormes aciertos de la puesta en escena: se vive la sensación permanente de que lo que vemos en pantalla parece un descarnado documental sobre la vida precaria de una colonia, y un enorme mérito se lo llevan las actuaciones de todo el cast, especialmente de su pequeña protagonista Quvenzhane Wallis. Gracias a una prodigiosa banda sonora musical, compuesta entre Dan Rohmer y el propio director Benh Zeitli, la película crece casi a niveles épicos, constituyéndola casi como un filme de héroes que le hacen frente a la vida con uñas y dientes, a pesar de tener todas las de perder. Esto hace que resulte muy difícil quedar exento de la emoción que provoca la lucha constante de una inocente que tiene que vivir la vida que le tocó, que no eligió, pero que, sin embargo, enfrenta con el valor de un adulto, sin victimizarse en ningún momento.
Estamos, sin lugar a dudas, ante un filme que ocupa el lugar que el año pasado fue de “El árbol de la vida” de Terrence Mallick: un filme inusual que sumará detractores y alabadores por igual, con una mirada casi poética sobre este grupo de gente que vive naturalmente en una descarnada pobreza.
En este caso, frente a todo lo expuesto, me coloco en el lugar de los que la alaban, recomendando fervientemente esta poderosa cinta que, a pesar de las debilidades antes apuntadas, resulta necesaria, para permitirnos una reflexión sobre la condición humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario