Roland Emmerich sigue apostando a una fórmula propia archiconocida, suscribiendo al subgénero del cine catástrofe. La receta a la que se está haciendo referencia es aquélla en la que un fenómeno natural o extraterrestre o desconocido ataca a la sociedad, y ésta, representada por un puñado de seres que protagonizan la historia y responden a diversas clases sociales, realidades y conflictos diferentes, debe hacerle frente al ataque y salvarse como pueda.
Ya lo veíamos en “Día de la Independencia” (1996, 145 minutos), en la que una nave alienígena llega a la Tierra (más precisamente a USA) en la víspera del 4 de julio, y gente de lo más variada debe unir sus esfuerzos para salvar el planeta.
Ya lo veíamos en “Godzilla” (1998, 139 minutos), en la que se origina la aparición en el océano de un reptil mutante, de poderosas dimensiones, que se dirige con rumbo fijo a Nueva York, en cuyas calles va a causar más de un estrago.
Y también lo veíamos en “El día después de mañana” (2004, 124 minutos), donde las irresponsabilidades humanas desencadenan una catástrofe climática, provocando huracanes, tormentas y todo tipo de fenómenos sobre todo el mundo.
Todas estas creaciones de Emmerich tienen la misma estructura, donde todo comienza en calma, luego el desastre se cierne lentamente sobre la sociedad, hasta estallar y producir el caos total, para luego llegar a un nuevo estado de las cosas más reposado, con una nueva realidad.
“2012” repite esta misma estructura, concibiendo, tal vez, un sello Emmerich, en donde claramente prima el efecto especial antes que un guión digno. Lamentablemente el enfoque siempre es el mismo, impidiendo que se profundice en determinadas cuestiones sociales o políticas, o al menos en personajes con conflictos concretos que deban ser resueltos.
En este caso, el mundo es devastado por el cataclismo predicho por el calendario Maya en el año 2012, antes del 21 de diciembre, dejando a los sobrevivientes luchando por sus vidas. Entre ellos está Jackson Curtis (John Cusack), un escritor divorciado que quiere proteger a su ex esposa (Amanda Peet) y a sus pequeños hijos. Entre las catástrofes de la película están la destrucción de la Capilla del Vaticano, la devastación de Washington por un maremoto, la ciudad de Nueva York hundida bajo el agua y el derrumbamiento del Cristo Redentor en Río de Janeiro, a causa de un terremoto.
Además de esta familia protagónica, está el séquito que rodea al presidente de los EEUU, un grupo de científicos investigadores del caso y algunos más. Muchos de los personajes co-protagónicos adquieren un perfil heroico cuando la propia muerte se avecina, en donde se los ve hacerle frente con estoicismo y enorme valor a una gigantesca e inevitable ola marina, o a un edificio que se les viene encima o a un auto que se los va a llevar por delante en segundos. Ninguno de estos vocifera de terror frente a tan temible situación (sí lo hacen los demás, aquella masa indefinida de gente que corre por su vida).
No faltan los momentos ultra tensos, en los que la familia se juega la vida, encerrada en un espacio que se está llenando de agua y que los ahogará en breves minutos. Eso sí (y aquí viene lo ridículo): antes de ir volando a buscar la salida que pueda salvarlos, con el agua hasta el cuello, les queda tiempo para reflexionar sobre cuánto se quieren y recapacitar sobre lo que hicieron mal, redimiéndose de sus pecados… “¡¡¡ANDÁ A ABRIR LA COMPUERTA QUE SE AHOGAN!!!”. Pero bueno, no nos escuchan desde la platea.
También, ya sea a bordo de una limusina, o un automóvil, o una avioneta, todos indestructibles, los protagonistas tienen la suerte de que el mundo se derrumbe, se destruya y se desplome detrás de ellos, no delante, por lo que la huída siempre es efectiva, aunque peligrosa y hasta divertida. De esta manera, siempre los sitúa en momentos límite tan extremados que, obviamente, el efecto dramático se evapora y da paso al espectáculo más hilarante.
Será por eso que, llegando al final, cuando la calma se reestablece, nuestros protagonistas están, incluso, mejor que cuando empezó la película, ya que no parece haber huellas ni físicas en sus cuerpos y rostros, ni emocionales en su corazón, porque pueden animarse a sonreírle a la vida, a pesar de haber visto la muerte muy de cerca, y de personas muy cercanas a ellos.
Todo ello (y mucho más, lamentablemente) coexiste sostenido por un guión flojísimo e inútil, que ensombrece las monumentales virtudes visuales de la cinta, alargando las peripecias de los personajes durante excesivos 158 minutos de duración, constituyendo uno de sus filmes más largos de su filmografía, y más malos también. Aunque “Godzilla” sigue siendo indestructible…
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