Ya desde “Días sin huella” de Billy Wilder
se ha explorado un tema tabú como el alcoholismo. Mucho antes de que ir a
“Alcohólicos anónimos” fuese una práctica asumida para los bebedores
empedernidos arrepentidos, el tema del vicio de beber no era un tópico al que el
cine haya recurrido todo el tiempo. Obviamente luego vinieron gran cantidad de
filmes haciendo alusión a esta temática; cabe recordar algunos exponentes
cinematográficos como “Adiós a Las Vegas” de Mike Figgis, con el premio Oscar
para Nicholas Cage; “Barfly” de Barbet Schroeder, con Mickey Rourke; “Cuando un
hombre ama a una mujer” de Luis Mandoki, con Meg Ryan; y más recientemente
“Loco corazón” de Scott Cooper, con el merecido Oscar para Jeff Bridges.
En este caso, el tema del alcoholismo
aparece unido a un hecho catastrófico que tiene lugar arriba de un avión. Whip
Whitaker (Washington) es un experimentado piloto al que le gusta beber antes y
durante el vuelo comercial que debe pilotear. Por una falla en su avión
consigue realizar un milagroso aterrizaje, salvando a casi todos los pasajeros
de su vuelo; pero luego del accidente, las investigaciones de rigor irán
comprometiendo a Whip que, a pesar de haberse tornado casi en un héroe, se verá
convertido en un peligroso chivo expiatorio, y su condición de bebedor no lo
ayudará para nada.
El filme tiene un prólogo atrayente: además
de presentarnos a Whip, el personaje principal y excluyente del guión de John Gatins, su primera media hora
recorre, principalmente, las instancias previas del accidente aéreo que luego
se presenta ante nuestros ojos en tiempo real y pone los pelos de punta,
haciendo que el espectador se aferre a su asiento como si estuviera a bordo de
ese fatídico vuelo.
La labor actoral de Denzel Washington es
irreprochable, aunque tampoco sobresale demasiado de su extensa filmografía. Es
cierto que el guión (y por ende, la cámara) casi no se aleja nunca de él; salvo
en las primeras escenas en que vemos al personaje coprotagónico femenino en la
piel de Kelly Reilly, la presencia de Washington es constante y toda la acción
avanza con él como protagonista, y ello dota de sustancial peso a su performance.
Sí es de destacar la actuación de Reilly que, con su triste y extenuada mirada delineada de negro, su personaje pide ayuda a gritos, a pesar de su aguda y frágil voz.
Sí es de destacar la actuación de Reilly que, con su triste y extenuada mirada delineada de negro, su personaje pide ayuda a gritos, a pesar de su aguda y frágil voz.
El elenco se completa con los correctos
Bruce Greenwood, Don Cheadle y Melissa Leo, pero una mención aparte merece el
gran John Goodman que, a pesar de tener poquísimas y breves apariciones, cuando
asoma es para dar un poco de aire fresco ante tanta densidad dramática,
aportando su histrionismo en un rol que, en la vida real, no sería para nada
simpático y hasta podría ser comparado con el mismísimo diablo. Sin embargo,
Goodman saca las pocas risas que puede provocar esta nueva (e inusual) apuesta
de Zemeckis.
Lamentablemente, los últimos 5 minutos se
tornan extremadamente moralistas y edificantes, alejados del planteo propuesto
a lo largo de los 133 minutos previos, que no le hacen honor a lo sugerente de
la propuesta general (de hecho, en el guión original escrito por Gatins, no figuraba este final). Sin embargo no llega a arruinar la película, que logra
ser entretenida y nos hace sufrir con los altibajos constantes de su personaje
central.
2 comentarios:
coincido cn tu vision aunque a mi me gusto menos. se pone re cursi al final y hacen el tipico cierre yanki que no sorprende para nada. a mi no me gusto. me parecio fantastica solo la parte del accidente muy bien hecha y excelentes actuaciones, con ese inicio habria hecho algo mejor. pero entretiene hay que reconocerlo.
saludos.
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