"Por tu culpa" bosqueja un drama doméstico que incluye acciones policiales y judiciales dentro de un marco urbano cotidiano. Anahí Berneri, su directora, autora de las anteriores “Un año sin amor” y la galardonada “Encarnación”, crea una película algo claustrofóbica, atascada, cerrada en el micromundo de una mujer en una noche cualquiera de su vida. Sólo que ésta será especial por una pequeña odisea que deberá vivir.
Mientras sus hijos se preparan para ir a dormir, Julieta (treintañera mamá, como las de hoy, esas profesionales que no dejan de trabajar por ser madres) ordena como puede las cosas que Valentín y Teo, de 8 y 2 años, dejan tiradas por ahí. Y uno quiere jugar con sus autitos mientras el otro quiere ver tele. Es un domingo a la noche y ninguno de los dos quiere que el fin de semana se termine.
Al rato, los chicos se divierten jugando a la lucha libre en la cama matrimonial, mientras su madre intenta terminar una entrega laboral. Los tres están solos en la casa; esa noche, su padre, aparentemente separado de Julieta, no cumplió con el trato de encargarse de ellos, pero ella debe cumplir con un trabajo; por lo tanto, debe desatenderlos inevitablemente.
La escena, presentada mayormente con planos detalles que recortan todo y no muestran mucho, se extiende más de lo esperado y es entonces cuando, como espectadores, percibimos que el tono del filme será bastante especial, ya que, a más de 15 minutos de su inicio, la escena está agotada en sí misma y no aporta más nada que una realidad de todos los días, sin elipsis que hagan avanzar (o mejor dicho, comenzar) la historia. Pero (y aquí viene el pero) uno de los hijos, el más chiquito, cae al piso en un episodio confuso (que tampoco vemos y está casi fuera de campo) y Julieta decide llevarlo a la clínica para quedarse tranquila.
Estando allí, y siempre comunicada por celular con su madre y su ex marido (que parecen no ayudarla demasiado) se da cuenta que, luego de revisar al niño, no la dejan ir, sospechando de maltrato familiar por parte de ella.
Lo que sigue será la lucha de Julieta por poder irse de la clínica, ante la desaprobatoria mirada de médicos y personal del centro médico.
Julieta no tiene un discurso que la desagravie, no protesta lo suficiente ante la acusación, y sus palabras son imprecisas, confusas, equívocas… Su inercia no permite al espectador poder tomar partido y, si bien la identificación con la protagonista del filme debería ser ineludible, la realidad es que su silencio genera poca identificación. Todo el tono de la película es algo desapacible, algo áspero, sin instancias de aparatosos clímax, con los que muchos directores podrían haberse tentado.
El sonido tiene una preponderancia especial en el filme, jugando con los planos sonoros para dar protagonismo a ciertos sonidos que, usualmente, no se percibirían. La respiración profunda de Julieta abre el filme, acompañando al plano detalle de su rostro. También volvemos a escuchar su respiración al momento en que es trasladada en un patrullero, ante la denuncia que la clínica hace sobre ella. La cámara, siempre encima de su protagonista, acompañándola constantemente, describe de forma asfixiante su padecimiento.
En su tercer largo, Anahí Berneri sorprende con una historia muy pequeña, casi de cortometraje, pero su dirección y la meritoria e intensa composición de Érica Rivas, mostrando a una Julieta cargada de dualidad y cierto comportamiento misterioso, hace crecer al filme a una gran altura. Con participaciones especiales de Nicasio y Zenon Galan, Marta Bianchi, Carlos Portaluppi, Osmar Núñez, Rubén Viani y Darío Levy, Berneri da muestras de buen cine, eso sí, para un público algo selecto, que disfrute de enfoques poco convencionales, incómodos, pertenecientes a un cine eminentemente de autor.
Mientras sus hijos se preparan para ir a dormir, Julieta (treintañera mamá, como las de hoy, esas profesionales que no dejan de trabajar por ser madres) ordena como puede las cosas que Valentín y Teo, de 8 y 2 años, dejan tiradas por ahí. Y uno quiere jugar con sus autitos mientras el otro quiere ver tele. Es un domingo a la noche y ninguno de los dos quiere que el fin de semana se termine.
Al rato, los chicos se divierten jugando a la lucha libre en la cama matrimonial, mientras su madre intenta terminar una entrega laboral. Los tres están solos en la casa; esa noche, su padre, aparentemente separado de Julieta, no cumplió con el trato de encargarse de ellos, pero ella debe cumplir con un trabajo; por lo tanto, debe desatenderlos inevitablemente.
La escena, presentada mayormente con planos detalles que recortan todo y no muestran mucho, se extiende más de lo esperado y es entonces cuando, como espectadores, percibimos que el tono del filme será bastante especial, ya que, a más de 15 minutos de su inicio, la escena está agotada en sí misma y no aporta más nada que una realidad de todos los días, sin elipsis que hagan avanzar (o mejor dicho, comenzar) la historia. Pero (y aquí viene el pero) uno de los hijos, el más chiquito, cae al piso en un episodio confuso (que tampoco vemos y está casi fuera de campo) y Julieta decide llevarlo a la clínica para quedarse tranquila.
Estando allí, y siempre comunicada por celular con su madre y su ex marido (que parecen no ayudarla demasiado) se da cuenta que, luego de revisar al niño, no la dejan ir, sospechando de maltrato familiar por parte de ella.
Lo que sigue será la lucha de Julieta por poder irse de la clínica, ante la desaprobatoria mirada de médicos y personal del centro médico.
Julieta no tiene un discurso que la desagravie, no protesta lo suficiente ante la acusación, y sus palabras son imprecisas, confusas, equívocas… Su inercia no permite al espectador poder tomar partido y, si bien la identificación con la protagonista del filme debería ser ineludible, la realidad es que su silencio genera poca identificación. Todo el tono de la película es algo desapacible, algo áspero, sin instancias de aparatosos clímax, con los que muchos directores podrían haberse tentado.
El sonido tiene una preponderancia especial en el filme, jugando con los planos sonoros para dar protagonismo a ciertos sonidos que, usualmente, no se percibirían. La respiración profunda de Julieta abre el filme, acompañando al plano detalle de su rostro. También volvemos a escuchar su respiración al momento en que es trasladada en un patrullero, ante la denuncia que la clínica hace sobre ella. La cámara, siempre encima de su protagonista, acompañándola constantemente, describe de forma asfixiante su padecimiento.
En su tercer largo, Anahí Berneri sorprende con una historia muy pequeña, casi de cortometraje, pero su dirección y la meritoria e intensa composición de Érica Rivas, mostrando a una Julieta cargada de dualidad y cierto comportamiento misterioso, hace crecer al filme a una gran altura. Con participaciones especiales de Nicasio y Zenon Galan, Marta Bianchi, Carlos Portaluppi, Osmar Núñez, Rubén Viani y Darío Levy, Berneri da muestras de buen cine, eso sí, para un público algo selecto, que disfrute de enfoques poco convencionales, incómodos, pertenecientes a un cine eminentemente de autor.
2 comentarios:
Me gusta tu comentario y me encantó el largometraje, pero si no la hubiere visto, no tendría ganas de hacerlo luego de tu comentario. Es que la contaste completa
Gracias por tu comentario, Anónimo. La idea de una crítica, para mí, es que sea leída después de haber visto una peli, no antes. Cuando decido leer una crítica antes de ver un filme, siempre sé que corro el riesgo de enterarme de algo que no querría, así que creo que va por cuenta de cada uno. Por otro lado, en este filme en particular, como dice mi crítica, es una historia muy chiquita "casi de cortometraje", lo que hace que lo poco que se cuente resulta ser casi todo el filme. Muchas veces pongo "Spoiler" antes de una crítica que devela mucho sobre la historia. En este caso, al ser tan pequeña historia, lo poco que se cuenta es mucho...
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