

Si esta oportunidad única que el actor consiguió fue afortunada o no, es debatible. Sí le trajo fama y fortuna, y le quedaba tan bien el papel, que nunca brilló tanto en otros personajes como en éste. Y así como Drácula estaba destinado a chupar la sangre de sus víctimas por toda la eternidad, Lugosi fue destinado a representar al conde, o variaciones del mismo, a lo largo de toda su carrera artística.

Bela Lugosi además, tomó para sí un gran mérito: no utilizó colmillos ni chorros de sangre, renunciando a un maquillaje exacerbado para causar más impresión.

Años más tarde, los papeles dejaron de llegarle y se volvió un adicto a la morfina. Según lo antes dicho, Bela Lugosi fue reducido a actuar en películas clase B, terminando su carrera de manera no muy feliz. A su muerte, en 1956, 25 años más tarde el estreno del filme que lo catapultó a la gloria, fue incinerado con su traje de Drácula puesto, todo un símbolo de lo que ese rol significó para su vida.
Si los fanáticos no podían ver a otro que no sea él en este mítico rol cinematográfico, merece, entonces, la inmortalidad en este papel.
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