Intimista drama de dos seres grises que, pasando por tristes presentes, se cruzan en la vida para contenerse mutuamente. Walter (Ashton Kutcher) es un luchador universitario cuya carrera deportiva se ve interrumpida por el repentino asesinato de su hermana. Linda (Michelle Pfeiffer) ha perdido a su marido como resultado de un violento crimen y es madre de un hijo sordomudo. Ambos se conocen asistiendo a los respectivos procesos que juzgarán los crímenes que desgarraron sus vidas y acudiendo a una terapia de grupo para familiares para superar su ira y el dolor de sus pérdidas.
El tono y el ritmo del filme acompaña el estado de ánimo de sus protagonistas, así como también todos los elementos de la puesta en escena, especialmente la fotografía y el montaje, dotando a muchas transiciones de escenas con un efecto de desenfoque, emulando, tal vez, lo borroso y fuera de foco en el que se hayan atrapados Walter y Linda. Se trata de un guión de lento desarrollo, que va cobrando intensidad emocional a medida que avanza, y que proyecta una atmósfera fría y desgraciada, de espacios vacíos, colores apagados y exteriores lluviosos.
Pfeiffer y Kutcher hacen buena pareja en escena (se aclara que, como muchas ficciones de cine, aquí también aparece el romance) y parece inevitable hacer comparaciones: dado el matrimonio que Ashton Kutcher tiene con la casi cincuentenaria Demi Moore, el mismo idilio se repite en pantalla con otra mujer mayor que él (¡y qué mujer!).
El joven actor demuestra cierta ductilidad en el género dramático, pero le queda mejor la comedia. Pfeiffer cumple como siempre, y Kathy Bates (como la madre de Walter) ofrece poco pero muy bueno.
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