domingo, 26 de febrero de 2012

ESPECIAL: Las nominadas al Oscar a Mejor Película, en un solo post

De las 9 películas nominadas al Oscar, 7 han sido reseñadas en este blog. A continuación, en un solo post, están reunidas las críticas de los 7 filmes nominados:

El arte de la cinematografía alcanzó su plena madurez antes de la aparición de las películas con sonido, a finales de los años 20. Dado que el cine mudo no podía servirse de audio sincronizado con la imagen para presentar los diálogos, se añadían cuadros de texto para aclarar la situación a la audiencia o para mostrar conversaciones importantes.
Así, tal cual, es el filme “El artista”, un filme mudo ¡de 2011!, en blanco y negro, con cuadros de texto intercalados entre las imágenes, y la clásica proporción de pantalla 4:3, característica de esa época. Las proyecciones de películas mudas normalmente no transcurrían en completo silencio: solían estar acompañadas por música en directo, cosa que, naturalmente, no sucede en la proyección del filme reseñado (aunque no hubiese sido una mala idea, ¿verdad?).
Michel Hazanavicius se lanzó a la heroica aventura de dirigir esta bella obra que resulta un evidente homenaje a ese arte que crecía día a día en el año 1927, en el que se desarrolla el comienzo de “The artist”.
A pesar de no ser una historia muy original (y, tal vez, también emulando el tipo de historias que el cine norteamericano contaba en esa época), el guión se centra en la decadencia de una estrella del cine mudo, George Valentin, con el arribo del sonido en las películas, y en el triunfo de Peppy Miller, una aspirante a actriz, que se convierte en estrella fulgurante. La magnífica pareja de actores que dan vida a estos roles son Jean Dujardin y Bérénice Bejo (argentina radicada en Francia), ambos excelentes en su difícil tarea de actuar sin decir una sola palabra, apelando a sus rostros y sus cuerpos para expresar sensaciones y sentimientos. Superlativa es la ambientación de época, el vestuario, el maquillaje, los decorados, la banda sonora… Todo contribuye a llevar al espectador a disfrutar honestamente de una historia que incluye sutiles referencias y homenajes al cine de aquella época, mostrando el detrás de escena de la industria cinematográfica de hace casi 100 años.
John Goodman, Penelope Ann Miller, James Cromwell, Missy Pile y hasta Malcom McDowell en un breve cameo se lucen para brindar papeles secundarios queribles. Y oración aparte merece el perrito adorable que se convierte en héroe de la película en una secuencia crucial de enorme suspenso y acción.
Hazanavicius se permite homenajear también a otro grande del cine como Orson Welles, emulando una famosa secuencia de “El ciudadano”, desplegando su maestría para manejar la síntesis, describiendo el deterioro del matrimonio de George Valentin en pocos segundos, mostrando sucesivos desayunos junto a su esposa, donde el maquillaje, la música y la actuación cada vez más cortante contribuyen a ello.
Frente a tantos amantes del cine que hoy se conforman con ver una película recién bajada de la Red en la pantalla de su computadora, entrar a la sala de cine a ver “The artist” es una experiencia irrepetible, única, porque nos pone (casi) a la misma altura del espectador de hace un siglo atrás, que disfrutaba colectivamente, y más inocentemente, del espectáculo que significaba ir a ver una película. Eso vale el precio de una entrada, y mucho más…


Después de 7 años de su gran éxito “Entre copas” (Sideways), que se había alzado con el Oscar al mejor guión, Alexander Payne regresa con todo. Extrañamente, luego de semejante suceso en 2004, Payne había desaparecido de la dirección cinematográfica, pero en 2011 ha regresado con pasos firmes.
Y el regreso triunfal se debe al vendaval de éxito que tiene su actual filme “Los descendientes”, más que por la calidad de la cinta. Con 5 nominaciones al Oscar en su haber, más el triunfo en los Globos de Oro como Mejor Filme Dramático y Mejor Actor, “The descendants” viene por todo.
Con el denominador común de sus filmes anteriores, en su obra actual, el director repite una estructura de guión ya explorada por él. "No me gusta hacer road movies, pero siempre termino allí", admitió hace poco Payne.
En la nombrada “Entre copas” y la anterior “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002), un hombre común debe hacerle frente a un conflicto existencial y sale a buscarlo no sólo espiritualmente, sino físicamente, poniéndose en movimiento, o sea, viajando a algún lado. En “Entre copas”, un abrumado Paul Giamatti salía en busca de respuestas a los interrogantes de su vida a través de un viaje por la ruta del vino en Napa Valley. En “Las confesiones…”, el pobre de Jack Nicholson se jubilaba de su trabajo, quedaba viudo de repente, su hija se estaba por casar y, para colmo, descubría que su esposa lo había engañado en el pasado, lo que lo impulsaba a realizar un viaje hacia Denver, Colorado, en una casa rodante, con motivo de impedir que su hija cometa el mayor error de su vida.
En "Los descendientes" hay un poco de todo eso. Matt (George Clooney), casado y padre de dos hijas, se ve obligado a reconsiderar su pasado cuando su mujer sufre un terrible accidente de barco en Waikiki, dejándola en estado vegetativo sin retorno. Sin saber cómo enfrentar solo la educación de sus hijas de 10 y 17 años (a las que ha desatendido), al mismo tiempo debe decidir vender las tierras de la familia. Junto a todos sus primos, los descendientes poseen algunas de las últimas zonas vírgenes de playa tropical de las islas, de un valor millonario. Cuando su hija mayor le revela que su madre tenía un affaire en el momento del accidente, Matt se lanza a la incierta búsqueda del amante de su esposa, en la que se alternan encuentros divertidos, conflictivos, trascendentales, y otros poco probables. Así, Matt comprende que por fin está en una buena dirección para reconstruir su vida y su familia.
Guión con situaciones un poco forzadas y un protagonista que no merece ninguna nominación esta vez, el filme no alcanza a emocionar con buenas armas, por más que tenga una buena escena lacrimógena protagonizada por Clooney . Pareciera que en una semana (la más movida de su existencia, convengamos) el personaje logra sortear un enorme conflicto que apabullaría a cualquiera, pero no a nuestro querido George. La estructura de road movie vuelve a repetirse esta vez, porque la familia completa (más la presencia insólita y constante del novio de la hija mayor) se embarca en un viaje algo impuesto por un guión débil, recorriendo bellísimas playas hawaianas que aportan un excelente e inusual marco a esta historia, muy entretenida, por cierto.
De factura sencilla, convencional y sin más sorpresas que las que su protagonista encuentra, la película se sigue con agrado, eso es innegable. Evidentemente, Clooney seduce a toda una comunidad cinéfila y a la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, que otorga el galardón más buscado y que, peligrosamente, pueda regalárselo este año. La cámara lo sigue en todo momento, sin despegarse casi de sus miradas y sus gestos.
Clooney es un indiscutido galán de cine y un comprometido director, que traspasa la pantalla con su simpatía, su charme, su facha, su tono distinguido, pero no es un actor de primera categoría: ¡con Tom Cruise se llevaría genial! En todo caso, mejor que él está Shailene Woodley en su papel de enfurecida y descontrolada adolescente. El filme no es "obviamente manipulador", porque si la historia planteada hubiese sido dirigida por algún novato, tendría que haberse estrenado directamente en TV por cable; pero hay cosas del guión que no resultan creíbles (la disparatada forma en que Matt se conecta con el amante de su mujer; la aparición de la mujer del amante en la clínica - monólogo incluído - y hasta el happy end). El tema al que hace referencia el título no está profundizado y no se ensambla naturalmente con el conflicto central, y hubiese sido mejor que sí (al margen que la decisión final que tiene el protagonista, respecto de las tierras, tenga que ver con ello). En vez de hacer una road movie "en busca del amante", se hubiera enfocado en el tema de cómo nos condiciona a los seres humanos ser "descendientes de", y cuán ligados a nuestros antepasados podemos estar. Pero bueno, hubiera sido otra historia. Más interesante, seguro…




Estados Unidos, el paradigma de la igualdad entre las personas, no siempre ha sido asi. No lo es en la actualidad, y mucho menos durante los 50s y 60s, cuando los negros tenían que ponerse en la parte trasera de los autobuses, ir a baños separados de los blancos, o conformarse con empleos mal pagos. Algo de todo esto hay en este drama de historias cruzadas.
Skeeter, jovencita de 22 años, ha regresado a su casa en Jackson, en el sur de Estados Unidos, tras terminar sus estudios en la Universidad de Mississippi. Estamos en 1962, época “movida” por cuestiones políticas en aquellos lares. La joven, más que pensar en tener novio y casarse, quiere ser escritora y tiene en mente un proyecto de escribir su primer libro.
Aibileen es una criada negra que ha cuidado a muchos niños blancos. Tras perder a su propio hijo, que murió en terribles circunstancias laborales, su mirada quedó congelada con un dejo de continua tristeza. Minny, su mejor amiga, cocina el pollo frito y las tortas como nadie, pero no puede controlar sus palabras, así que pierde su empleo por bocona. A pesar de lo distintas que son entre sí, estas tres mujeres se unen para llevar adelante el proyecto clandestino de Skeeter, que supondrá un riesgo para todas: narrar las historias que viven las mucamas negras a cargo de sus amas blancas, no dejando muy bien paradas a éstas últimas.
La película de Tate Taylor que adapta el best seller "The help", de Kathryn Stockett, resulta emotiva, bien actuada, con personajes algo caricaturizados (especialmente el rol de Bryce Dallas Howard, como ama de casa de alta sociedad, bastante unidimensional) y, tal vez, políticamente correcta en demasía... Pero se ve con gusto aunque huelgue un poco la fuerza y el ímpetu necesarios.
Es un filme que ofrece algunas historias amenas, con una atractiva ambientación (léase escenografía, maquillaje, peinado, vestuario, utilería) que es, junto al elenco preponderantemente femenino, lo más conseguido de la cinta. Viola Davis y Octavia Spencer sobresalen por sobre todas las demás, ofreciendo instancias de gran carga emocional y risueña, respectivamente. Son dignas de destacar las labores de Jessica Chastain (irreconocible, frente a lo ofrecido en "El árbol de la vida") y la revelación última de Hollywood que es Emma Stone. También aparecen en roles secundarios las veteranas Sissy Spaceck, Mary Steenburgen y Allison Janney. Agradable obra, pero tal vez algo "inflada" últimamente por tanta nominación a premios. ¿Será que mediante estos filmes, Estados Unidos busca reivindicar aquellos años oscuros?




Habiendo crecido en un sector de la ciudad de Nueva York conocido como La Pequeña Italia en los 1940s y ‘50s, Martin Scorsese halló un vínculo intenso dentro de las salas de cine de esa época, no sólo por la experiencia de ver las películas, sino también por un acercamiento a su padre, quien se sentaba junto a él, fomentando el naciente amor del futuro cineasta por este tipo de arte.
“La invención de Hugo Cabret” es un bello homenaje del realizador, dedicado al séptimo arte, y más especialmente, a uno de los directores pioneros de la Historia del cine: el francés Georges Méliès. Pero el filme no se centra en esta mítica figura histórica, sino que posa su cámara sobre un niño huérfano que vive en una estación de trenes parisina, rodeado de diversos personajes algo estrafalarios y queribles. Es relojero, como su padre fallecido, y también ladrón (ya que debe robar para poder comer), y a partir de conocer a una niña que va a la estación a diario, comenzará una aventura que lo unirá con un pobre viejo triste, que es nada menos que ese legendario ilusionista y mago que había sido Méliès, ya olvidado en la París de los años 30.
El filme incluye memorables momentos que reflejan el nacimiento del cine en 1895, la primera función con público que miraba azorado una pantalla con imágenes en movimiento, y también relata, en un trascendental flashback, el desarrollo de Méliès dentro del mundo del cine y su famoso filme “Un viaje a la Luna”. Convencido de las posibilidades de futuro del invento, adquirió una cámara cinematográfica, construyó unos estudios en los alrededores de París y se volcó en la producción y dirección de películas. Pero su éxito fue moderado porque no pudo competir con las grandes productoras, y en la década del 30 pocos lo recordaban.
Scorsese reclutó una vez más a Ben Kinglsey para este legendario rol (habiendo participado en la anterior “La isla siniestra”), construido con mucho amor, representando al triste director francés que supo ser feliz en un pasado. Para el protagónico Hugo se decidió por Asa Butterfield, conocido por el filme "El niño con el pijama de rayas, un actorcito de 14 años que lleva en sus hombros el hilo de la trama, secundado a la perfección por Chloë Grace Moretz, que ya había sobresalido en títulos como “Déjame entrar” y “Kick ass”.
Lo mejor del filme es su dirección artística, su puesta en escena y los movimientos de cámara que aprovechan la tecnología del 3D para brindar un espectáculo audiovisual único. Los cinéfilos empedernidos y estudiantes de Cine se toparán (alegremente) con escenas que recrean con inusitada belleza lo que los libros de Historia relatan en sus páginas, nunca antes mostradas en una película de esta manera. Ése es un plus que se agradece, porque logra emocionar el hecho de ver en pantalla toda la magia (poéticamente hablando) que significó el nacimiento del Cine y los logros de quien fuese considerado por muchos como el padre de los géneros de la ciencia-ficción, la fantasía y las películas de terror.
Lo peor del filme es cierto aletargamiento en el ritmo, ya que Scorsese se toma casi toda la primera hora para meternos de lleno en lo que realmente importa de este guión, haciendo que la segunda parte sea más interesante que la primera. El riesgo que se corre es que, demorando tanto la acción, con la inclusión de secundarios que no aportan más que un contexto para el día a día de Hugo (el guarda de estación de Sacha Baron Cohen, la florista de Emily Mortimer, el librero de Christopher Lee), es que cierto público ya haya perdido la paciencia y no se deje llevar por el enternecedor tributo de Scorsese al arte que más ama, como muchos de nosotros…




Medianoche en París gira en torno al gran amor de un hombre por la capital francesa, y alrededor de la ilusión de creer que la vida de los otros es mejor que la propia. En este caso, el anhelo del protagonista pasa por vivir en otra época, en los años 1920s.
Gil, un guionista (Owen Wilson) e Inez, su novia (Rachel McAdams) llegan a París aprovechando un viaje de negocios del padre de ella. El estar en ese bello lugar, hace que en Gil renazcan antiguas ambiciones literarias. Y ese enorme deseo permite que su ser (¿su mente, su cuerpo, ambos?) viaje en el tiempo y se tope con gigantescas figuras del arte y la cultura de hace 100 años y más, logrando toparse con la escritora Gertrude Stein (Kathy Bates) y el pintor Salvador Dalí (simpático Adrien Brody), además de con Scott y Zelda Fitzgerald, Hemingway, Picasso, Man Ray, Modigliani, Toulouse-Lautrec, Degas y Buñuel, entre otros.
Woody Allen recurre una vez más a la nostalgia, al deseo de volver al pasado, a cierto inconformismo por la vida que tenemos, pero siempre con un tono entre burlón, gracioso y melancólico.Wilson cumple a la perfección con el rol que otrora se hubiese otorgadoAllen para sí mismo hace 25 o 30 años atrás. Está todo el tiempo en pantalla, participando de todas las escenas del filme, y lleva ese protagonismo con hidalguía, y permitiéndose un rol sin los excesos a los que nos puede haber acostumbrado en gran parte de su filmografía. Es uno de los actores contemporáneos más exitosos, masivamente conocido como comediante, que navega, algunas veces, a dos aguas entre el cine industrial y el independiente.
Marion Cotillard, como Adriana, la musa inspiradora de Picasso, exuda belleza y refinamiento, sensualidad, delicadeza y elegancia en cada uno de sus momentos compartidos con el protagonista. No así Carla Bruni, la actual primera dama de Francia, que en el papel de una guía de turismo sólo cumple con decir un texto sin que resulte atrayente o exclusiva su breve participación.
Las locaciones incluyen algunos de los lugares más conocidos y apreciados de París, como la librería Shakespeare & Co, el Salón de los Espejos de Versalles, los jardines de Monet en Giverny, el Museo de L’Orangerie, el Museo Rodin, el Mercado de Pulgas Paul Bert, la Rue Montagne, Notre Dame, la Plaza Dauphin, Maxim’s, el Puente Alejandro III, entre varias locaciones originales, bellamente retratadas por la apuesta fotográfica de Dairus Khondji. La mayoría de sus soberbias imágenes buscan el color, y hasta el aroma y el gusto de sus bellos lugares, mientras el oído se embelesa con melodías de Cole Porter. Midnight in Paris es una carta de amor de Woody Allen a la Ciudad Luz, a la cual él equipara a su bienamada Nueva York.
Y también es un filme para aquéllos amantes de la cultura (léase pintura, música, literatura, cine, escultura, etc.), dada la importante presencia de referentes de todas esas ramas del arte. Con una idea excelente y una historia muy bien intencionada (esto es lo que le vale un punto extra en esta crítica), Allen vuelve a salir airoso y regala un cuento de fantasía en una de las ciudades mágicas europeas.




Historia de lucha y superación, de coraje y emoción, la última propuesta de Steven Spielberg es, una vez más, una obra pensada para la familia y, especialmente, para adolescentes.
El filme entretiene muchísimo; a pesar de su duración de 145 minutos, el ritmo no decae en ningún momento, ya sea que muestre una instancia de palpitante acción como otra más serena y contemplativa. Spielberg construye una aventura en la que el caballo del título es estrella absoluta, y se constituye como el hilo conductor a través de varios personajes en la Primera Guerra Mundial, cuyas secuencias resultan apabullantes en cuanto a diseño visual y sonoro se refiere.
“War horse” (Caballo de guerra) relata la asombrosa historia de amistad que surge entre el joven Albert y un caballo al que bautiza Joey. Habiéndolo criado con todo su amor, ambos serán separados: el padre de Albert vende al animal a la caballería del ejército británico para luchar en el frente. Así, Joey será testigo de un sorprendente período de la Historia con la Gran Guerra como telón de fondo. A pesar de atravesar enormes vicisitudes, su intrepidez y bravura serán la fuente de inspiración para aquéllos que se cruzan en su camino. La capacidad y virtuosismo de su director para concatenar diferentes historias es realmente loable, ya que se sigue con mucho interés el recorrido del caballo a lo largo de las vivencias con sus dueños temporales. Ya sea que aprenda a arar con el joven inglés que lo cría, o a huir con dos reclutas alemanes novatos que desertan de su misión; ya sea que conviva con una adolescente francesa que quiere enseñarle a saltar, o con un general alemán que lo obliga a remolcar un tanque; todas las pequeñas vivencias del caballo con estos personajes secundarios logran atraer, divertir y emocionar.
Lo que se le puede echar en cara a Spielberg es cierto estilo elemental, básico, poco sutil en la forma que tiene de poner en escena muchas de las instancias dramatizadas. Cuando el joven que cría a Joey, intenta hacerlo arar un campo muy seco y repleto de piedras (de lo que depende que pueda pagar la deuda que tiene su padre), todo el pueblo (¡todo!) corre a ver cómo se las arregla, y encima se larga una lluvia torrencial que aumenta aun más la cuota dramática, mientras el malo de la película se deleita con lo difícil de la situación. O cuando entre un soldado inglés y otro alemán salvan al caballo de la maraña de alambres de púa, todos los soldados ingleses están al pendiente de la cuestión, abriendo camino (coreografiadamente) al paso del caballo y al soldado que, heroicos, salieron airosos de la complicación. La escena final tampoco es feliz, con el reencuentro familiar, ampulosamente fotografiado con tonos rojos de un atardecer excesivamente post producido y unos abrazos demasiado fríos para una escena dramática de estas características.
Todos resultan trazos gruesos, evidentes, obvios, cuasi teatrales que, si lo expreso de manera exagerada, agravian la inteligencia de un espectador al que no le dejan nada por discernir.
La fotografía del polaco Janusz Kaminski capta la belleza del campo inglés y la dureza de la vida en la granja, así como el desasosiego en el campo de batalla, acompañados por la efectiva orquesta de John Williams. Lo más logrado, sin dudas, en esta realización, es el impactante diseño de producción, más que el flojo guión de Lee Hall y Richard Curtis, basado en la novela de Michael Morpurgo.
Emily Watson y el joven Jeremy Irvin resultan los personajes más sobresalientes de la trama, dentro de un elenco enorme de secundarios y extras, en el que, sin lugar a dudas, el equino es el que se lleva las palmas. Spielberg logra una obra magnánima en cuanto a despliegue audiovisual y puro entretenimiento, pero deja ver ciertos hilos manipuladores y evidentes que dejan al filme rayando con lo edulcorado y simplón.


Terrence Malick, elogiado director de filmes como Badlands, Días de gloria, La delgada línea roja y El nuevo mundo, regresa con El árbol de la vida, una historia basada en la vida de una familia del Medio Oeste Norteamericano, compuesta por los padres y 3 hijos varones, que transcurre durante los años 50.
Ganadora del premio máximo en el festival de Cannes último, el guión se centra en la vida del hijo mayor, Jack, desde la inocente infancia hasta su desencantada adultez, en su necesidad de congeniar con el modo de ser de su padre. En el presente, al Jack adulto se lo ve confundido, en busca de respuestas sobre el origen y el significado de la vida, cuestionando la existencia de la fe, ante una enorme pérdida sufrida varios años atrás.
A través de la visión singular de Malick, donde se mezcla lo personal con lo universal, se observan paralelamente imágenes sobre el cosmos, la naturaleza en su estado puro, el origen del mundo, que provoca una substancial abstracción filosófica, dejando al espectador que sea él quien determine la incidencia de las mismas en la historia familiar que se presenta.
Cuesta reseñar un filme así, y sería demasiado reduccionista decir que el argumento trata sobre una familia a lo largo de los años, porque éste es un punto de partida del realizador para presentar su visión del mundo, pero sin dudas es lo más parecido a lo que se conoce como Cine Arte o experimental, sin ser tan narrativo, imponiendo un subjetivo estilo de creación para que el espectador elabore las ideas que le provoque esta experiencia cinematográfica.
Gran película, de no fácil visionado, sería superlativo que resulte una película PARA TODOS, pero termina siendo PARA POCOS, dada la idea que tenemos incorporada de "lo que debería" ser el cine. Seguramente, si estuviésemos observando un cuadro, escuchando una sinfonía o admirando una escultura, seríamos menos pretenciosos en cuanto a “entender” más su significado y nos libraríamos más a lo que nos produce emocionalmente. Amén de otras artes, el cine, parece, necesita ser “comprendido” en un 100%, sin alcanzarnos que nos guste estéticamente o nos conquiste desde los sentidos.
El filme permite una introspección que no siempre se logra en miles de filmes; deja que el espectador construya la historia en su cabeza. Pero más que nada, provoca emociones (de todo tipo) con la belleza de las imágenes y los sonidos, con los simbolismos implícitos y en consonancia con las escenas que muestran la relación del pequeño Jack con sus padres, con sus hermanitos, con el mundo y con él mismo.
Las actuaciones de los adultos del filme (Brad Pitt, Jessica Chastain, Sean Penn) se ven superadas por la naturalidad de los niños, especialmente la de Hunter McCracken, como Jack en su niñez, en los momentos de juego e intimidad con sus hermanos menores.
La fotografía de Emmanuel Lubezki y la música de Alexandre Desplat van muy de acuerdo con el estilo pretendido en el filme, para subrayar la poesía de la película, aunque varios movimientos de cámara y tipos de encuadres, por momentos, se hacen demasiado presentes o visibles.
No hay que dejarla pasar, siempre y cuando se tenga una idea de lo que se va a ver... No como la docena de espectadores que se fueron levantando y yéndose de la sala, cuando este crítico intentaba contener su emoción frente a la belleza del séptimo arte y su capacidad para conmover, sin necesidad de discernir “al dedillo” el significado de la obra cinematográfica que es The tree of life.

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