Aquí Eastwood reflexiona sobre la intolerancia, la xenofobia y la violencia de las pandillas salvajes de los barrios bajos de Michigan. Walt Kowalski, un ex veterano de la guerra de Corea, viejo amargado y recientemente viudo, no se lleva bien con nadie, sólo con su perra Daisy. Sus hijos y nietos se acercan sólo por interés económico, pero Walt los espanta con sus gruñidos, al igual que al joven cura del pueblo que pretende de él su primera confesión. Sólo Sue, su vecina inmigrante del sudeste asiático que éste desprecia, logra desacartonarlo y, a fuerza de cervezas y deliciosos platos cuasi- gourmet, hace que Walt tolere en su vecindario a los nuevos vecinos. Es así que ayuda a Thao, el tímido hermano de Sue, a conseguir trabajo y enseñarle el oficio de reparador/multiusos hogareño. Pero no es la única ayuda que Thao necesita, pues está siendo acosado por jóvenes armados, que no tienen mejor cosa que hacer que subirse a un auto, escuchar música y blandir sus revólveres, molestando a quien se le cruce y robando pertenencias ajenas. Walt se convierte en una especie de figura paterna para Thao, Sue y su familia, protegiéndolos de los ataques de esta pandilla, que se van haciendo más violentos hasta generar una anunciada tragedia. Con algunos resabios de "Million dollar baby", Eastwood demuestra que sabe mucho más dirigir que actuar (y, en este caso, también cantar). Si bien su Walt repite un poco ciertos tics de otros personajes que representó, el filme vale más por su sacudón a las sociedades cada vez más intolerantes y violentas, donde apretar un gatillo es tan común como abrir una lata de cerveza. Con una narración clásica y prolija como siempre, Clint lega un Gran Torino que resulta una despiadada y descorazonada pintura de un presente que nos toca, también, muy de cerca, aquí en el abatido cono sur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario